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San José, Costa Rica
Escritora. Estudiante de Cine. Profesora de Inglés.

miércoles, 15 de julio de 2009

Irse

Diez reflexiones escritas en un avión de Avianca.

I

El backpack y la maletita contra la pared de la sala.
La compu encendida.
El balcón medio abierto.

II

En el Messenger mis contactos me hablan. No saben, ellos. No se imaginan mi ropa empacada, mi cuarto casi vacío. Ángeles, mi compañera de casa – mi amiga – se esconde en su cuarto y tiene el tele encendido. Pienso que le cuesta escuchar mis pasos hiperactivos y ansiosos: talvez ya me extraña.

III

Hicimos el último mate. Yo puse la pava a calentar. Ahora vierto el agua en el termo. Me repito: ya me voy, pero no lo entiendo. Me voy y dejo mi casa - esta es mi casa, ése es el punto: lo es desde la vez que regresé cansada de clases, olí a media cuadra el olor particular que tiene el lobby de este edificio, y pensé: ya casi llego a la casa. Y di pasos más largos para llegar antes. Y abrí el portón con la llave que parece de cofre de pirata. Y subí los escalones de a dos, visualizando el sillón de vynil blanco al que llegaría a tirarme.

IV

El perchero tiene tres prendas. Las fotos que pegué en las paredes ya no están, pero cuando las quité se arrancó la pintura. Mi cama sigue moviéndose, le siguen fallando las tuercas. Pienso en la vez que fui a comprar esas tuercas. Pienso en avenida Córdoba. Pienso en mis viajes diarios a la casa de Andrés, y en la vez que salió el sol mientras venía de vuelta, y pasé a comprar yogurt al quiosco.

V

Me imagino que en algún momento voy a extrañar esta vida.
Talvez extrañaré las masas de gente que camina, o los alfajores, o el mate en las tardes. Las caminatas nocturnas por Palermo escuchando las historias de Ángeles y su familia bizarra. El camino en subte al SICA. El café con mi amiga la Colombiana. Las cervezas en Retro. Avenida Corrientes. Las tardes sola de Jardín Botánico, café Havanna, y Alberto Fouget. Las cenas con mi prima: hartar hasta sentir naúseas en el tenedor libre vegetariano - el de los chinos - en calle Jorge Luis Borges; luego devolverse por Serrano caminando.
Pero ahora no me preocupa. Estoy impaciente por irme. Estoy ansiosa, porque allá nadie me espera. No mañana. Será impulsivo, será idiota, será un juego: lo que sea. Pero no soporto el limbo del último mes; ya casi estoy en Costa Rica, ya casi no estoy en Buenos Aires - casi que no estoy en ningún lado… ¿en dónde estoy?

VI

Tocan el timbre. Sé que es Andrés. Me asomo al balcón y le tiro las llaves. Caen entre las raíces del árbol. Recuerdo de pronto la primera vez que me visitó - la primera vez que le tiré las llaves - la primera vez que las llaves cayeron en las raíces del árbol.
Después de un momento lo escucho abrir la puerta del departamento. Entra. Yo estoy sonriente, él también, pero tenemos susto. Es simple:
Nos queremos y estamos por despedirnos.

VII

Habitamos la casa, como si fuera una madrugada cualquiera. Hacemos café, fumamos en el balcón, hablamos en el comedor, intentamos dormir. El despertador suena a las tres a eme. Me levanto de un brinco, hago más café, y me como un pan con membrillo. Andrés también come. Qué nervios.
Me voy.
Se va.


VIII

Salimos al balcón y esperamos al taxi. Eventualmente parquea afuera y el taxista se toma su tiempo en tocar el timbre. Nosotros lo observamos desde arriba. Nadie le hace señas, como para que se alargue el momento.
Eventualmente, Andrés habla.
Aquí, arriba.
El taxista se asusta, voltea a ver a los lados. Yo me rio.
Pobre, cree que Dios le está hablando.
Yo soy Dios.
Sí, fijo.
¡Señor taxista! ¡Vea hacía arriba!
El señor taxista hace caso, nos ve asomados, y también se rie.

IX

Andrés se lleva mis maletas. Ángeles sale de su cuarto.
¿Qué decir? ¿Qué hacer?
Mil gracias. Ha sido un placer. Nos vemos pronto.
Sí, eso digo. Pero sé que no es suficiente.
Mil gracias, sos mi amiga. Me ayudaste. Te quiero.
Eso sería más sincero. Pero no lo digo. No puedo. El taxi espera. El avión espera. ¿Mi país espera?
Talvez.
Pero, ¿qué me espera realmente?

X

Me había propuesto echar una última mirada a la casa, pero se me olvida por atarantada. Cuando salgo del edificio cierro la puerta de metal y hace un escándalo, como siempre. Las maletas ya están en la cajuela. Andrés conversa con el taxista. Tiene dos de mis libros en sus manos. Decidí no llevármelos porque no cabían. Uno es un libro que acabo de comprar, y que no he leído. Un libro de Fouget.
¿Se va a dejar mis libros?
No recuerdo que me responde. Algo como “diay sí”, seguro. Ya no le estoy poniendo atención. Nos abrazamos. Como hace frío, siento que no estoy abrazándolo a él, sino a un montón de ropa.
Gracias por enseñarme la ciudad como la vive usted.
Usted es mi amigo. Usted me ayudó. Yo lo quiero.

Pero de nuevo: nada. Sólo “nos vemos pronto.”

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