Estamos en un food court - sentados a la par del restaurante de sándwiches tostados - y yo cruzo las piernas. Me dan ganas de jalarme el pelo:
No soporto el olor a hule quemado.
Es el diablo, lo juro. Se me incrusta en el cerebro, y se espera ahí un rato, sólo para irritarme; para crearme expectativa y migraña. Luego se esparce por el cráneo, baja por la columna y hace que me duela la pelvis.
No soporto el olor a hule quemado.
Me arruga la nariz involuntariamente. Ay, es asqueroso. Es como cuando como chile dulce crudo (no que lo haya vuelto a hacer), o queso amarillo.
Me empieza a doler
el cuello
Las articulaciones pequeñitas de los d e d o s de la mano.La espalda
Me hace cosquillas (de las malas) en las mejillas.Me intensifica el dolor constante en el dedo índice del
pie.
Una vez, en la escuela, me senté sin querer en un hormiguero y las güevonas hormigas se metieron debajo de mi calzón. El olor a hule quemado es el diablo, ni lo dude.
Se siente precisamente como esas cosquillas: shocks eléctricos en lugares privados.
Me confunde
Me confunde
Uno no sabe si excitarse o cerrar las piernas. No sabe si reírse, llorar o tocarse. O todas.El olor a hule quemado es e s c a n d a l o s o.
Me hablan. Yo intento poner atención, pero sólo puedo con un oído. No entiendo nada. Aprieto las piernas. Tenso la mandíbula.
Es que -¿no escucha eso?
¿Qué?
El escándalo. El pitito. Viene de un horno: ya lo he escuchado antes. El horno de mi abuela. Sí. El pitito de colores. Los electrodomésticos viejos. El dolor en las articulaciones. El pitito asqueroso/el pitito que me arruga la nariz/el pitito que huele/que inunda el mall de un olor/que impregna mi ropa de un olor…
E – l – h – u – l – e – q – u – e – m – a – d – o.
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