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San José, Costa Rica
Escritora. Estudiante de Cine. Profesora de Inglés.

sábado, 27 de junio de 2009

Un cuento de miedo.

Diego Arias es el coescritor de este cuento.

Salieron a la calle. Caminaron. Llovió. Compraron sombrillas iguales. Ella la compró por necesidad - no le gusta mojarse. Él la compró porque le cayó bien el vendedor - le dio más como ternura, y bueno, qué son dos mil colones cuando a uno le acaban de pagar.
Llovía. La municipalidad remodelaba un edificio. Pasó que ellos pasaron debajo de ese edificio. Una máquina perdió el control de un bloc de cemento. Muy grande. Gigante. El bloc se cayó.



Cayó encima de él.
Y ella ya no lo veía. Lo había aplastado, con todo y sombrilla: aún se veía su dedo índice, asomándose por debajo del cemento.



Ella gritó. Todos gritaban. Seguía lloviendo. Llegaron los bomberos, los paramédicos, los doctores, las enfermeras, la ambulancia, la policia, grúas,

y un montón de curiosos.

Finalmente, lograron levantar el bloc. Ella cerró los ojos. Todos los demás los cerraron a medias. ¿Sangre, huesos, músculos, tripas, pedazos de sombrilla? Nada.
No se supo más de él.
Nadie supo decir ni siquiera si había existido.
Nadie supo explicar el dedo tirado en la acera.




Décadas después.

Hoy también llueve.

Ella no ha cambiado de sombrilla.
Ella está vieja.
Ella está loca.
Pero lo vio. Caminar. Por la misma ciudad. Con la misma sombrilla. ¿Sin dedo índice? No alcanza a ver. No entiende, no puede ser, ¿puede ser? Él sigue joven, y camina rápido. Ella lo sigue. Es que debe ser un chiquillo que se le parece. Debe de ser uno de esos chiquillos - de esos que se visten con ropa de décadas pasadas - que usan el pelo así: de esos chiquillos. ¿O es él?

Pero no hay forma.


Ella está vieja.

Él está joven, y sí, camina rápido.

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