Las mañanas del mundo son tristes.
En realidad es casi de tarde, pero yo bajo a hacerme el desayuno.
No me propongo gran cosa para el día de hoy. Nada de empezar a cambiar mi vida, ayudar al prójimo, crear algo o destruirlo. Me conformo con llegar a la noche.
Camino como un robot hacia el sillón y enciendo la tele, comiendo cereal despacio. Soy un desastre, pero no pienso mucho en eso. Por suerte nadie tiene que verme hoy, y yo pasaré desapercibido.
Echar de menos da ganas de tirarse de panza y ver pasar los días. El tele me ayuda a no echar de menos. El tele es mi amigo, porque hace ruido, y me gusta escuchar otra cosa que no sea mi propio silencio. Podría hablar solo, pero hablaría de lo que me hace falta, y por eso prefiero entorpecerme: no me muevo mucho, me abstengo de sentir gran cosa, y veo la tele.
Condenado sillón. Me atrapa como una telaraña, y mientras pasa la tarde y se hace oscuro, yo sigo aquí sentado, cada vez más hundido entre los almohadones.
He ido tres veces más por cereal y el perro me reclama que no lo he alimentado. Pero se puede ir al carajo, al menos por hoy. El perro también me hace pensar y sentir, y se lo resiento.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
me gustó mucho.
qué bueno, ani.
Publicar un comentario