Este lunes en particular, un hombre de sweater café que camina a las 10:15 por la acera derecha de la avenida segunda, al pasar justo a la par del teatro Mélico Salazar y alcanzar la esquina, siente el sol que le quema los ojos y decide usar la mano izquierda como visera. Luego, se rasca disimuladamente la entrepierna, y cuando son las 10:16 atraviesa la calle, y es casi atropellado por un toyota azul marino.
Este hombre se llama Fernando.
Al recuperarse del susto, Fernando continúa caminando, ahora un poco ruborizado, ignorando los insultos que vuelan por la apertura de la ventana polarizada. Lo atormentan las escenas en media calle, jamás se detendría a pelear, aunque sí le parece injusto que le griten groserías después de que casi pierde cuanto menos algunos dedos del pie.
Pero aún más importante, Fernando no tiene tiempo hoy: su meta es alcanzar el final de la avenida segunda, adentrarse en San Pedro, y que por primera vez le suceda que el tren pase por la línea cuando él está a punto de cruzarla. Es un pequeño anhelo potencialmente suicida, pero Fernando no tiene malas intenciones. Lo único que quiere es detenerse justo al límite y sentir el sonido explotándole en los oídos. Después continuar despeinado y coger el bus a Cartago.
Se quita el sweater café con dificultad, hace calor, y hay demasiados peatones para su gusto. Se siente incómodo, reconoce una leve agorafobia que sería sin duda herencia de su madre muerta, o de su padre, a quien no le habla. Sabe de estas cosas porque es asiduo cliente del internet café de su barrio, y como no tiene nadie en otro continente o incluso en otra provincia con quien chatear o a quién mandar un email, dedica su tiempo a buscar curiosidades sobre filosofía, psicología o medicina. Por consecuencia, Fernando no sabe mucho de nada, pero sabe poco de todo. Claro, que para toda regla hay excepciones. Fernando trabaja para un call center, y si hay algo de lo que sabe todo, es de ése maldito producto que parece estar condenado a vender por el resto de su vida.
Hoy pidió salir más temprano, y su jefe, un gringo de aspecto corporativo (de esos clichés cotidianos), le preguntó distraídamente el por qué. Fernando, cuya costumbre de decir la verdad es casi una enfermedad patológica, sudó frío unos segundos, y luego murmuró indefinidamente. Al gringo le dio igual, y asumió que Fernando tenía diarrea.
Y es que Fernando había averiguado recientemente, esto no por internet sino via telefónica, que el tren pasa por la línea cerca del KFC de San Pedro, de Lunes a Viernes, alrededor de las 10:30. Como todo en el país de Fernando, esta pauta está sujeta a cambios repentinos, pero "se vela por que se cumpla casi siempre"... quién vela, eso no se lo supieron decir.
Casi al final de la avenida segunda se encuentra a un vendedor ambulante de frutas, y descubre que esas son probablemente las mejores manzanas que ha visto. Mete la mano derecha en la bolsa, siente las llaves y las monedas, y se pregunta si le alcanzarían. Pero en vez de detenerse y contarlas, sigue caminando, y deja atrás el puesto; no se percata de cuanto lo lamenta en realidad hasta que está ya muy lejos y devolverse es un absurdo.
No tiene reloj, pero calcúla que tiene menos de 4 minutos para llegar al restaurante de comida rápida.
Corre un poco, luego trota, luego camina rápido. A los dos minutos está agarrándose el costado y respirando como un fumador empedernido. Pero arrastra los pies, ve las rayas blancas y rojas y huele el pollo frito. Se siente victorioso, más que todo porque el suelo vibra, y se oye a lo lejos una locomotora.
Se acerca a la línea del tren y se asoma, seguro de que el tren estará observándolo de vuelta. Pero no hay nada, y entonces voltea el cuello, despacio y con temor, hacia el otro lado. Y sí, efectivamente el culo del tren se aleja burlándose de él.
Tiene todo el día libre, podría esperar al siguiente tren, pero en ése momento viene el bus de Cartago, y retomando su piloto automático, Fernando estira la mano y el bus para.
A las 10:29 de este lunes en específico, un hombre de sweater café se sube al bus verde y el chofer lo regaña porque se queda entre las barras.
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1 comentario:
Me encantó...me hiciste sentir el palpitar del tren y del hombre de la sueter café.
Te amo, hija!
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