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San José, Costa Rica
Escritora. Estudiante de Cine. Profesora de Inglés.

viernes, 28 de agosto de 2009

Los Duendes y los Fantasmas no se quieren

A Bri e Ismael.

I

Había una vez una casa embrujada.
En esa casa había fantasmas: más de uno, más de dos - había varios.
En el patio, donde la luz de la sala no alcanzaba a alumbrar, justo donde estaba la ventana del baño del cuarto de atrás




ahí
había
uno.

Ése era un jardinero: cuidaba las plantas, por eso el patio estaba siempre tan exhuberante.A veces el zacáte amanecía podado con buena técnica, y lo aseguro: en esta casa nadie sabía podar zacáte. Es más - ni siquiera tenían podadora.

Arriba, por la biblioteca, a la par del ventanal




ahí
había
otro.

A este le gustaban muchos los libros, pero como la memoria de los fantasmas es muy mala (se reinicia cada doce horas), pasaba leyendo siempre el mismo libro. Este tampoco molestaba, más bien le gustaba mucho el silencio, aunque por alguna razón era el que más asustaba a los perros. Lo único con lo que sí jodía bastante era con el tele: no le gustaban las tonteras que veían en esa casa. En las noches, cuando todos estaban dormidos, aprovechaba y desconectaba el cable. La muchacha que limpiaba lo volvía a conectar en las mañanas, y el pobre fantasma pasaba en una guerra constante que recomenzaba cada doce horas.

En la cocina, a la par del marco de la puerta




ahí
estaba
el
tercero.


A este fantasma le gustaba cocinar. En las noches sacaba las ollas, las tablas de picar y los cuchillos, y se imaginaba que cocinaba las cosas más frescas, los platos más ricos: no se atrevía a usar los ingredientes que estaban en la refri, le parecía un mal innecesario, porque de por sí los fantasmas no comen.
Los fantasmas tampoco huelen.
Ni sienten con las manos.

Sólo les funcionan dos sentidos: la vista y el oído, y de hecho los tienen más desarrollados que los vivos.

Por eso, el fantasma que cocinaba fantaseaba con los olores más hermosos:

el jugo de la cebolla recién cortada; el olor de la albahaca recién majada; el olor del ajo friéndose en el sartén; el olor de la berenjena a la parmesana cuando está empezando a dorarse dentro del horno...

... y así se le iba la noche.


El cuarto fantasma era el más joven, y además era bastante antisocial; pasaba vagando por la casa - no había manera de predecir en dónde se lo encontrarían. A veces se escondía en algún clóset, y otras veces tocaba el órgano eléctrico del cuarto de atrás.
Inventaba canciones bonitas, pero la familia que habitaba la casa tenía muy mal oído, y por eso no se daban cuenta.

Este fantasma no le caía muy bien a los demás fantasmas. Muchas veces hicieron los otros tres reuniones secretas en las que discutían varios temas, pero sobretodo trataban de definir cómo echarían al fanstama joven de la casa. Lo bueno era que se les olvidaba todo tan rápido que nunca llevaban a cabo sus planes.
Pero el fantasma joven sí tenía buena memoria: tenía mejor memoria que la mayoría de los vivos.

Por eso se sentía muy mal de vivir en una casa en donde todos se olvidaban de todo, y en donde además nadie lo quería.

II

En el patio de adelante vivía un duende. Este duende usaba los tennis al revés, y eso lo hacía ver bastante raro.

Los fantasmas y los duendes no se quieren: la verdad es que a los duendes sólo los quieren los duendes, y el duende de esta casa pasaba muy solo pensando en todos los amigos duendes que podría tener si tan sólo tuviera algunos duendes cerca.

El fantasma joven y el duende se hicieron amigos un día: el duende decidió acercarse primero, le dijo al fantasma que le gustaban las canciones que él inventaba, y el fantasma se emocionó de que alguien quisiera hablarle, pero se hizo el duro, porque ya se había acostumbrado a ser antisocial y pasar siempre en silencio.

Aún así siguió visitando al duende todos los días.

Al principió sólo se sentaba cerca, y esperaba a que el duende mencionara algo sobre el clima, y le contara algún chisme sobre los demás fantasmas o sobre la familia que vivía en la casa: los duendes creen que lo saben todo, son muy chismosos y hablantines, y les gusta mucho predecir el clima y contar historias falsas sobre su infancia.

El fantasma joven disfrutaba mucho de las historias del duende, y eventualmente empezó también él a contarle algunas - verdaderas - sobre su vida cuando estaba vivo.
Conforme pasaron los días, al fantasma joven le fue importando cada vez menos la opinión de los demás fantasmas.

Los demás fantasmas continuaron con su eternidad, olvidando todo cada doce horas, y vieron cada vez menos al fantasma joven, porque él pasaba casi todo su tiempo en el cuarto de atrás tocando el órgano, o en el patio del frente hablando con el duende.

2 comentarios:

Fernando C. dijo...

Me gustó :) De verdad. Sencillo, claro, eficaz. Atrapante, también. Lindísimo. Pasaré por acá seguido :)

Ani dijo...

Muchas gracias Fernando :) Intenté que fuera sencillo porque lo escribí para un niño de 6 años. Al final será él quién diga si lo entendió o le llegó. Espero que sí.

De nuevo, gracias. Y es bienvenido a volver por acá cuando quiera.